"Invictus" (o "invencible")



Quién duda que el hombre es un misterio dotado de una grandeza y una miseria admirables.

Podemos hacer cosas imposibles y maravillosas que nos elevan a las alturas: tocamos con la frente el cielo mientras nuestros pies están bien sujetos a la tierra. Y, a la vez, somos capaces de lo más bajo y vil, rebajándonos con frecuencia a poco más que unos animales sin razón ni concierto.

A la vez, aspiramos a lo imposible y perfecto mientras que vivimos inmersos en lo posible e imperfecto. Hay un continuo "quiero y no puedo", una batalla feroz entre el hombre y el destino.

Pero muy posiblemente (y esto hay que pensarlo) la mayor grandeza del hombre consista en aceptarse como es (imperfecto y contingente), sin miedos ni desánimos, y en desafiar todo lo posible a la existencia, aunque ello conlleve algunos fracasos que recibiremos con humildad y alegría.

Hay que ser muy fuertes y muy heroicos para no caer en el desánimo de no lograr siempre lo que queremos, y, a la vez, no cesar en nuestro empeño por conseguirlo. Luchar sin dejar de hacerlo, con deportividad y optimismo. Y así llegaremos muy alto. La única batalla que nos hace perder la guerra es el desánimo que deja de luchar...

(Esto lo veo con frecuencia en mis alumnos, muchos de los cuales pelean sin descanso y sin tirar la toalla, y me enseñan mucho).

A este propósito, os dejo el poema "Invictus" de William Ernest Henley, que da título a la película del mismo nombre dirigida por Clint Eastwood. Es un poema poderoso y muy serio, que recitaba Mandela durante su presidio. Y viene muy bien para estas reflexiones que os he dejado.

Disfrutadlo:

Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses que fueren
por mi alma invicta.


Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.


Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.


No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.